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El sistema inmunitario del niño

El sistema inmunitario es la principal barrera de defensa que tiene nuestro organismo frente a infecciones. Consta de diferentes tipos de células y órganos que trabajan conjuntamente para protegernos de virus, bacterias y otros agentes patógenos. Las células del sistema inmunitario están presentes en todos los órganos y en la sangre (leucocitos), así como en la linfa. Aunque estas células inmunitarias se originan en la médula ósea, se concentran mayoritariamente en los ganglios linfáticos, las amígdalas, el bazo o el timo, y también pueden encontrarse en la piel, mucosas, los pulmones y el aparato digestivo.

Tipos de inmunidad

Desde nuestro nacimiento está presente la inmunidad innata o natural, que nos protege de antemano y de manera global contra una gran variedad de gérmenes. Este tipo de inmunidad incluye también una primera barrera de defensa integrada por la propia piel y por membranas mucosas como la nariz, la garganta o el tracto gastrointestinal.

Por otra parte, existe también la inmunidad pasiva, que proviene de otra fuente, no del propio organismo y es temporal. Un ejemplo son los anticuerpos que la madre transmite a su bebé mediante la lactancia. La leche materna juega un papel muy importante en el sistema inmunitario del lactante por el paso de un tipo de inmunoglobulina (IgA) que se secreta a la leche materna y protege especialmente su tubo digestivo. Es muy importante en los primeros meses de vida, tanto por su efecto de inmunidad pasiva como para el establecimiento de la microbiota intestinal y la nutrición del niño. Asimismo, el paso de inmunoglobulinas maternas durante el tercer trimestre de embarazo protegerá al recién nacido gracias a que le confiere una inmunidad pasiva durante los primeros meses de vida.

Por último, el sistema inmune también tiene la capacidad de emitir una respuesta dirigida en contra de un patógeno concreto. Es lo que llamamos inmunidad adquirida, adaptativa o activa, que va cambiando a lo largo de la vida: cada vez que una persona de cualquier edad entra en contacto con un nuevo microorganismo nocivo, bien sea por vacunación o por una infección, adquiere inmunidad contra él. Por este motivo, los jóvenes y adultos suelen contraer menos enfermedades infecciosas que los bebés y niños.

Cómo estimular el sistema inmunitario

En el niño es especialmente importante una correcta nutrición, vigilando tanto el aporte de proteínas, carbohidratos y grasas y partiendo de alimentos frescos y ricos en vitaminas y minerales, que son esenciales para el buen funcionamiento y desarrollo del sistema inmune.

La actividad física es muy importante para reforzar el sistema inmunológico. Hay que evitar el sedentarismo, y fomentar el movimiento y el ejercicio físico a través de juegos.

El descanso debe ser suficiente. Un número de horas de sueño reparador favorece un óptimo funcionamiento de nuestro sistema de defensas. Los niños necesitan dormir entre 10 y 14 horas diarias sin interrupción para poder estar descansados, por lo que hay que procurar que siempre se acuesten y levanten a la misma hora.

Otra clave para que los niños tengan el sistema inmunitario fuerte es no permitir el estrés, ya que éste influye negativamente en la inmunidad. 

Son importantes determinadas recomendaciones higiénico-sanitarias, como una adecuada higiene personal o el mantenimiento de un peso saludable, evitando la obesidad infantil, así como favorecer ambientes libres de tabaco, ventilando cada día los espacios cerrados.

El cuidado de la microbiota intestinal es otra de las piezas clave para conseguir un sistema inmunitario fuerte en los niños. Para ello será conveniente proporcionar un aporte de prebióticos y probióticos.

Las vacunas inducen inmunidad en el propio niño que las recibe, que será capaz de evitar las complicaciones de muchas infecciones prevalentes y/o muy graves. Por lo tanto, deberemos aconsejar seguir el calendario de vacunas establecido en cada comunidad.

Favorecer y promover la lactancia materna es otro factor que ayudará al correcto funcionamiento y maduración del sistema inmune del lactante.

Todas la medidas y control de la gestación que eviten un parto prematuro, contribuyen también a un sistema inmune más fuerte del recién nacido por las inmunoglobulinas maternas que recibe el feto en el último trimestre de gestación.

La dieta equilibrada refuerza el sistema inmunológico

Una alimentación completa, variada y equilibrada que permita la provisión de vitaminas y minerales involucrados en el correcto mantenimiento del sistema inmunitario es un buen aliado para mantener al organismo en plenas facultades durante todo el año. Por ello, es lógico entender que una buena alimentación en las primeras etapas de la vida es básica para prevenir  una alteración en las defensas del huésped, no sólo por el aporte de proteínas y energía, sino también, por el aporte de algunos nutrientes que contribuyen a mejorar el sistema inmunitario de los niños y así prevenir alteraciones en la respuesta inmunológica.

El aporte de energía debe ser el correcto, ni por encima ni por debajo de las recomendaciones, ya que la actividad inmunológica se ve afectada por la ingesta energética, tanto si se produce un exceso como un defecto en las calorías aportadas por la dieta.

El aporte excesivo de energía reduce la capacidad del sistema inmunitario, haciendo que sea menos eficaz para combatir infecciones. La obesidad, por tanto, se relaciona con una mayor incidencia de enfermedades infecciosas.

Por el contrario, cuando la ingesta de calorías es insuficiente puede dar lugar a casos de desnutrición, que actúan disminuyendo la función inmunológica y, en consecuencia, aumentando el riesgo de contraer infecciones.

Por lo que respecta a las grasas, las dietas ricas en grasas parecen tener un papel importante en la reducción de la respuesta inmunológica. Por lo tanto, limitar el contenido de grasa en la dieta puede contribuir positivamente al mantenimiento idóneo de la actividad inmunológica. Pero no sólo es importante la cantidad, sino también la calidad de estas grasas. Conviene incluir en la dieta grasas procedentes del pescado azul, frutos secos, aceite de oliva, girasol  para asegurar un aporte equilibrado de diferentes grasas esenciales para la salud.

Un consumo regular de lácteos fermentados como el yogur contribuye, asimismo, a aumentar las defensas inmunológicas. Hay estudios que demuestran que quienes consumen estos alimentos de forma regular presentan un mejor estado del sistema inmunitario además de una mayor resistencia a intoxicaciones alimentarias.

Vitaminas y minerales vinculados al sistema inmune

Entre los micronutrientes, aquellos cuyo déficit está correlacionado con enfermedades ligadas al sistema inmunitario son elementos minerales como: el hierro, zinc, selenio y, vitaminas como: la vitamina A, vitamina C, vitamina D, vitamina E, ácido fólico y vitaminas del complejo B.

Vitamina A: Desempeña un papel esencial en las infecciones y en el mante-nimiento de la integridad de las barreras naturales ante las infecciones, como son la piel y las mucosas. El déficit de vitamina A incrementa la mortalidad y morbilidad, así como complicaciones derivadas de enfermedades como sarampión, rubeola, diarreas o enfermedades parasitarias o infecciones del tracto respiratorio superior. Se encuentra en la mantequilla, la nata, el hígado, el huevo y los lácteos. 

Vitamina C: Contribuye al mantenimiento de las barreras naturales frente a infecciones, ya que promueve la formación de colágeno y es, además, responsable del aumento de interferón, que posee actividad especialmente antiviral. Asimismo, la vitamina C ayuda a que la piel y las articulaciones se mantengan en óptimas condiciones, protege las células del estrés oxidativo, y reduce el cansancio y la fatiga. Presente en cítricos, melón, fresas, tomates, pimientos y hortalizas en general.

Vitamina D: Es un aliado del sistema inmunitario y contribuye al adecuado mantenimiento de huesos y dientes.  Fundamentalmente, se sintetiza gracias a la exposición solar. 

Vitamina E: Es la vitamina antioxidante por excelencia y actúa optimizando e incluso aumentando la respuesta inmunológica. Así un déficit de esta vitamina disminuye la producción de anticuerpos específicos. Se encuentra en aceite de germen de trigo, aceite de soja, cereales de grano entero (pan, arroz, pastas integrales), aceites de oliva, vegetales de hoja verde y frutos secos.

Ácido fólico y las vitaminas del complejo B: Son necesarios para mantener la adecuada respuesta inmunológica de algunos linfocitos y, por tanto, de los anticuerpos. Las deficiencias de tiamina (B1), rivoflavina (B2), ácido pantoténico (B5), biotina (B7), cianocobalamina (B12) pueden disminuir la producción de anticuerpos. Un déficit en ácido fólico conlleva una disminución de la resistencia a la infecciones.

Complejo vitamínico B: Se encuentran presentes en la mayoría de alimentos de origen vegetal (verduras, fruta fresca, frutos secos, cereales, legumbres). En alimentos de origen animal  (carne y vísceras, pescados y mariscos, huevos y lácteos).

Ácido fólico: Se encuentra mayoritariamente en la verdura de hoja verde, legumbres verdes, frutas, cereales de desayuno e hígado.

Hierro: Intervienen en la proliferación celular (multiplicación y crecimiento celular), y su deficiencia produce una disminución de la respuesta inmunológica. Su presencia es elevada en hígado, alimentos cárnicos, huevos, pescado y, en menor proporción, lácteos. 

Zinc: En situaciones deficitarias afecta a órganos linfoides, disminuyendo la respuesta inmunológica. Además, favorece el metabolismo de los hidratos de carbono, la función cognitiva, la fertilidad y la reproducción, el mantenimiento del cabello, la piel y las uñas. La carencia en zinc es relativamente frecuente en niños. Se enncuentra de manera significativa en mariscos, hígado, quesos curados, semillas de calabaza, legumbres y frutos secos, cereales completos, carnes, huevos, lácteos y pescados. 

Selenio: El déficit de selenio afecta a la inmunidad, ya que reduce, entre otras, la actividad bactericida, la respuesta de los anticuerpos frente a determinados tóxicos y el  desarrollo de los linfocitos. Se encuentra en carnes, pescados, marisco, cereales, huevos, frutas y verduras.

Muchos de estos nutrientes trabajan sinérgicamente, por lo que es fundamental el aporte de todos y cada uno de ellos para mejorar las defensas inmunitarias.

Por otro lado, la inmunidad es modulada por los ácidos grasos omega-3, especialmente EPA y DHA, la suplementación con estos ácidos grasos reduce la aparición de mediadores de la inflamación, que son el nexo de unión con una disminución de la respuesta inmunológica.  Se ha comprobado que un consumo temprano de ácidos grasos omega-3 de cadena larga (EPA+DHA), puede resultar protectora frente a las patologías que se relacionan con el sistema inmunitario. Además, los probióticos y la flora bacteriana intestinal contribuyen de forma clara a la protección frente a la colonización de bacterias patógenas y es por ello, que la suplementación con Lactobacillos y Bifidobacterias, mejora la resistencia frente a las infecciones y diarreas, potenciando el sistema inmunológico del niño.

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