La compra compulsiva de regalos hace que el espacio para la fantasía y la creatividad se vea reducido: el juguete se convierte en protagonista y el juego queda relegado a un segundo plano. Sin embargo, el juego en sí mismo es vital en la infancia y, si somos capaces de extrapolarlo, también en la edad adulta. Sin él, nuestros niños pierden la oportunidad de desarrollar habilidades y capacidades fundamentales y caerán en el engaño de buscar la felicidad en objetos innecesarios.
La importancia del juego
¿Quién no soñó con tener una bicicleta cuando era niño? Seguro que todos recordamos con alegría el día en que recibimos tan ansiado regalo, pero, probablemente, lo que más añoremos sean los momentos que vivimos jugando con él: excursiones familiares, paseos con amigos, caídas, risas, rodillas arañadas… El juego en sí mismo, no tanto el objeto, es lo que nos hace crear recuerdos. El juego es la mayor herramienta de aprendizaje con la que puede contar un niño; no solo le proporciona diversión y bienestar, sino que le ayuda a desarrollar capacidades y habilidades necesarias para convertirse en un adulto seguro e independiente. En general, son cuatro áreas las que se estimulan a través del juego:
- Área física: permite ejercitarse y desarrollar habilidades físicas, adquirir flexibilidad y coordinación psicomotriz, asumir retos y conocer los propios límites.
- Área educativa: se asimilan más fácilmente conceptos nuevos o complejos, se adquiere destreza a la hora de plantear problemas y buscar soluciones y se estimula la creatividad y la fantasía. Aumenta la curiosidad, la concentración y la percepción del entorno, y enseña a establecer reglas y alcanzar acuerdos que satisfagan a todos los jugadores.
- Área social: favorece el contacto con otros miembros de la familia o de la comunidad, potenciando el desarrollo de las capacidades lingüísticas y de comunicación. Se adquieren hábitos sociales y conocimientos culturales, al tiempo que se aprende a cooperar y a respetar a los demás.
- Área emocional: supone una vía de escape a través de la cual los niños pueden, simbólicamente, plasmar sus sentimientos y frustraciones. Aporta desahogo físico y mental y contribuye a la relajación y al bienestar. Además, el componente social del juego refuerza el sentimiento de pertenencia a un grupo y la autoestima.
Tipos de juego por edad
El juego no es algo estático, sino que evoluciona con el tiempo. Los bebés y niños modifican su forma de jugar a medida que van creciendo, perfeccionándola y sofisticándola. Así, aunque cada niño se desarrolla de forma diferente, podemos decir que a cada edad le corresponde un tipo de juego. En general, distinguimos los siguientes:
- De 0 a 6 meses: juego funcional. Predomina la actividad física (cara, manos y piernas), con movimientos espontáneos y descoordinados que les ayudarán a desarrollar las funciones básicas.
- De 6 a 12 meses: juego de exploración. Se introducen objetos en el juego y se explora el entorno cercano. El juego se caracteriza por la repetición de acciones y por el uso de juguetes que estimulan sensorialmente, como sonajeros o centros de actividad.
- De 1 a 2 años: juego de autoafirmación. El niño descubre su propio ser y se vuelve el protagonista de sus juegos. Su desarrollo motor le permitirá ser más autónomo y adquirir confianza, mientras que el lenguaje incipiente dará lugar a juegos vocales de imitación.
- De 2 a 4 años: juego simbólico. Son característicos los juegos de construcción y destrucción, que se irán perfeccionando con el paso de los años. Se comienza con juguetes tipo “ladrillos” o “bloques”, con los que crean estructuras y construcciones que luego destruyen por mero placer. Surge el “juego dramático o de representación”, a través del cual el niño imita situaciones cotidianas como cocinar o conducir, y revive experiencias placenteras y habituales.
- De 4 a 6 años: juego pre-social. Aunque no se abandonan los juegos en solitario, en esta etapa se requieren compañeros de juego. Comienzan a surgir las primeras actividades regladas y se representan roles que han sido previamente definidos por ellos.
- De 6 a 8 años: juego reglado y social. El juego colectivo toma importancia y comienzan a forjarse alianzas para competir con otros grupos. Se establecen reglas y acuerdos, se adquieren responsabilidades y se reafirma su identidad.
- De 8 a 10 años: juego competitivo. Se produce un alejamiento del mundo adulto y se forjan pandillas, surgiendo sentimientos de pertenencia a un grupo. Los juegos asociados a esta época son muy variados y el lenguaje está muy presente (debates, discusiones, planes…). Comienza la diferenciación sexual en los juegos: más complejos y reglados en las niñas, más combativos y físicos en los niños.
- De 10 a 12 años: juego de ejercitación. Los juegos son en su mayoría deportivos, más semejantes al deporte adulto, con normas más estrictas y predominando la ejercitación. Se consolida el sentimiento de equipo y la diferenciación sexual. A medida que se entra en la pubertad, el “yo” se reafirma a través de actividades que potencian su imagen personal.
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