De hecho, incluso cuando aprendemos, necesitamos hacer uso de una parte práctica, de una experiencia, que nos ayude a reforzar el conocimiento que estamos adquiriendo. La práctica hace al maestro. La experiencia es, por tanto, la forma en la que el ser humano interioriza aspectos de su vida que son importantes para él, a través de un refuerzo positivo, una buena experiencia, o negativo, una mala experiencia, y que deja un recuerdo más o menos permanente en nosotros. Por lo tanto, parece obvio que una experiencia agradable puede condicionar nuestra vida en muchos aspectos, al igual que una mala puede ejercer justo el efecto contrario.
Papá Noel
Para citar un ejemplo típico de estas fechas, nada mejor que recurrir a la imagen del icónico Papá Noel. A todos nos gusta –aunque ya no lo reconozcamos cuando nos hacemos mayores–, ver al carismático y entrañable hombre de barba blanca y traje rojo que sonríe mientras los niños en su regazo le piden una lista interminable de juguetes, jurando y perjurando que han sido buenos durante todo el año, mientras una larga cola de niños espera su turno año tras año para no perdérselo. Eso es una buena experiencia. Sin embargo, no es difícil darle la vuelta a la situación y pensar en otro tipo de Papá Noel, propio de muchas películas navideñas, al que no le gustan los niños, le pica la barba y en su actitud refleja que solo está pensando en que llegue la hora de marcharse de allí.
¿Pensáis que los niños querrán seguir haciendo cola en una situación así?
Pues lo cierto es que probablemente sí, porque el refuerzo que obtienen de otras experiencias asociadas a ese evento es lo suficientemente fuerte para compensarlo. Pero ojo, al igual que una experiencia se apoya en otras experiencias relacionadas para crear un sentimiento o una emoción acerca de algo, pudiendo amortiguarse entre sí o mejorando la percepción de ese conjunto, si una sola experiencia es lo suficientemente pobre o negativa puede ocasionar justo el efecto contrario y provocar el deterioro del resto, que en el caso que poníamos de ejemplo, es acabar con la inocencia de la criatura de un plumazo.
En ello reside el verdadero valor de las experiencias, en la capacidad que tienen para modular la mente y el comportamiento del ser humano, y esta es la razón por la que el futuro de todas las relaciones comerciales debe replantearse, de hecho ya se está haciendo, en torno a crear la mejor experiencia comercial posible a nuestros clientes.
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